Lumumba: La leyenda continúa
¿Que cómo puede ser que un venerable anciano acostumbrado al trasiego elefantil falleciera a consecuencia de tan tiernos e inofensivos animales? Muy sencillo, la causa fue Lumumba
Lumumba acababa de cumplir los tiernos 10 años, se pasaba las horas observando los rituales matrimoniales de los jóvenes de la tribu, cosa que desde luego al jefe no le hacía ni pizca de gracia ya que de varios de aquellos juegos era formal protagonista Yinga Dura; sus esposas tenían cierta propensión a comer setas envenenadas lo que hacía que el viudo reiterado tomara nueva esposa con frecuencia.Sucedió que un lamentable día el jefe estaba ocupándose de los menesteres propios de cualquier recién casado cuando oyó crujir, eso sí levemente, uno de los costados de la cabaña nupcial. Levantó la vista de sus quehaceres y pilló a Lumumba absorto en el estudio del antiguo arte de la fecundación. Tan absorto estaba Lumumba estudiando los senos de la recién casada que apenas se percató de la aparición, a su espalda, del jefe Yinga.
Sus dientes, los de Lumumba, rechinaron contra la mierda de vaca que recubría la cabaña con tan mala suerte que terminó con la mandíbula desencajada a causa del cogotazo que le propinara el jefe. Como estamos hablando de la más inhóspita sabana carente de todo tipo de asistencias sanitarias y teniendo en cuenta que al brujo de la tribu Lumumba le importaba un carajo la suerte del muchacho con el tiempo la mandíbula jamás volvió a su originario lugar provocando un rictus de difícil mirar.Pero volvamos a tan aciago día, Lumumba pillado en la falta y con la mandíbula colgandera se volvió hacia el causante del mal. Y como quisiera la suerte, también, que al tiempo pasara por el lugar un solitario reptil reptante
que se vio aplastado por el peso, que no era poco, del jefe Yinga Dura; el pobre animal se defendió como bien pudo y asestó fenomenal mordisco en el aparato reproductor del afamado regidor de la tribu. El jefe que se vió prisionero del mortal mordisco en tan delicada parte comenzó a correr por todo el poblado con el pobre animalico colgando.
Desde luego las mujeres del a tribu no eran lo que se puede decir unas catetas, aunque se hubieran criado en la sabana, y entre los gritos del jefe que más bien parecían de alegría y lo rápido que corría este por entre las chozas muchas pensaron que la fama erótica del gran jefe no era un cuento chino de los que se suelen contar en las reuniones de comadres aborígenes. Pero la mala suerte no se cebó únicamente en el aparato reproductor de Yinga, quiso el destino que por ser año bisiesto la migración del elefante se adelantara media hora y coincidiera en el espacio y en el tiempo con la fuga desesperada del buen hombre.
Al cabo de varios días los más intrépidos de los cazadores de la tribu que salieron en busca de los restos del jefe volvieron con una espachurrada piel de serpiente que aún conservaba entre sus mandíbulas un inflamado y amoratado apéndice amatorio.
El gran jefe Yinga hubiera muerto de todas maneras por el efecto letal de la mordedura de la pobre serpiente, pero eso nunca quedó en los anales históricos de la tribu sin embargo lo que sí quedó constatado por los siglos de los siglos fue que cada vez que un gran jefe de la tribu tomara nueva esposa, ya fuera por los efectos de las setas venenosas o cualquiera otra circunstancia, Lumumba era atado a la acacia más alejada de la aldea; atado por los pies por si había suerte y algún buitre despistado no caía en la cuenta que la presa que tan fácilmente se le ofrecía era un muchacho sano y no pura carroña. Pero nunca se dio tal casualidad, o bien los buitres de la sabana eran muy listos o Lumumba tenía una suerte del demonio; del demonio de la sabana claro está.
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gabriel -
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