Padre Nuestro que no sé si estás en el cielo
La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, negó hoy una estrategia predeterminada del Ejecutivo que busque un enfrentamiento con la Iglesia católica. "Este es un Estado laico, aconfesional y no hace falta ningún tipo de plan" para garantizarlo, argumentó.
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Desde luego cuando algo se mueve en éste país la iglesia no puede retrotraerse a meter baza. Debe de ser un gen atávico intrínseco a la condición eclesiástica.
Mi perspectiva de la religión no está muy lejos de la de cualquier español medio nacido en la década de los 60. No somos practicantes pero aún nos queda ese vestigio de bautizar a nuestros hijos, ir a misa de difuntos y poco más. Pero nosotros que somos casi ya la generación madura, los llamados viejos por nuestros hijos adolescentes también hemos madurado con la democracia. Muchos aprendimos en ésta época que la religión es un opio. Que coarta la libertad de expresión y de pensamiento. Somos los hijos de los niños de la guerra y mantenemos esa lucha interior entre los recuerdos heredados de nuestros padres que nos contaron la presión u opresión que ejerció a iglesia en España en la posguerra y los nuevos aires libertarios de la adolescencia socialista.
Ahora, con los 40 al caer, quien no los haya cumplido ya, donde más de la mitad de nuestra existencia la hemos vivido en democracia, ciertos comportamientos religiosos nos resultan contra tiempo. Porque una cosa es la ley, donde no dejamos de ser un país aconfesional pero íntimamente ligado al catolicismo y donde algunos, que parece no enterarse de la película, claman por la expulsión de los signos religiosos de las aulas y otra la realidad. Cuando una estudiaba, hace años, ya no existían esa simbología y hoy en día menos aún. Ahora si lo importante es borrarlo de los papeles entonces no digo nada.
Desde hace mucho tiempo no cuelgan crucifijos de las paredes de las aulas; personalmente nunca los he visto pero mi colegio, era privado y tirando a rojillo, así que no sé si mi experiencia es válida; en mi colegio jamás, y digo jamás referiendome al tiempo que yo estuve estudiando, tuvimos clase de religión. Y en la actualidad, viendo a mis hijos, da religión el que quiere y el que no dedica esa hora al estudio.
Pero mi experiencia no es la generalidad por lo que oigo. La iglesia introduce sus finos tentáculos por aquel resquicio que no queda bien sellado. Leo que la iglesia exige a sus profesores de religión, que paga el estado, una moral católica que no se exigen ni a ellos mismos. Se permiten el lujo de despedir o contratar bajo sus condiciones. Y ahí falla la democracia.
Otra cosa es como ven los niños la Iglesia Católica. Es el monstruo de siete cabezas que devora incansable los cepillos de las iglesias. Ven nuestros tiernos infantes la retrasmisión de la misa del Gallo desde el Vaticano precedido de ese anuncio de Intermon donde los niños del tercer mundo mueren de enfermedades ajenas a nosotros, de hambre, de sed. La riqueza de quien pregona la humildad y los ojos hundidos y enfermos de los de verdad humildes.
Con esto llega el tiempo de reflexionar. Tiaras cuajadas de piedras preciosas coronan bocas pedigüeñas de dádivas para los pobres. Anillos episcopales de oro de 24 quilates bendicen el agua bendita que salvaría la vida de muchos niños. No por bendita, por ser agua. Los pasillos y habitaciones del centro neurálgico del catolicismo están llenos de obras de arte de valor incalculable que con una sola de ellas, a día de hoy, se remediaría en muy buena parte el desastre de Haití. Esas cosas nuestros hijos las ven desde la ventana a la realidad que es la televisión. Y se revelan, y hacen bien, porque es justo.
Mientras el poder de la iglesia trata por todos los medios, como si no fueran lo bastante ricos, en acaparar más poder, más dinero. Manipulan desde los púlpitos las conciencias para que no olvidemos que están ahí. Y eso es lo que hay que expulsar de la sociedad. Las cruces, los relicarios y las imágenes virginales no hacen daño a nadie, lo que daña son los hechos. Los contrastes. Cuando se permiten el fomentar la homofobia, el racismo y la delincuencia ultra; cuando esconden bajo el hábito papal a pedófilos y violadores; mientras continuan atesorando riquezas hay niños que mueren. Hay otros niños que ven como esos otros mueren.
Son un poder, no vamos a negarlo, el poder obsoleto de personas sin alma.
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Desde luego cuando algo se mueve en éste país la iglesia no puede retrotraerse a meter baza. Debe de ser un gen atávico intrínseco a la condición eclesiástica.
Mi perspectiva de la religión no está muy lejos de la de cualquier español medio nacido en la década de los 60. No somos practicantes pero aún nos queda ese vestigio de bautizar a nuestros hijos, ir a misa de difuntos y poco más. Pero nosotros que somos casi ya la generación madura, los llamados viejos por nuestros hijos adolescentes también hemos madurado con la democracia. Muchos aprendimos en ésta época que la religión es un opio. Que coarta la libertad de expresión y de pensamiento. Somos los hijos de los niños de la guerra y mantenemos esa lucha interior entre los recuerdos heredados de nuestros padres que nos contaron la presión u opresión que ejerció a iglesia en España en la posguerra y los nuevos aires libertarios de la adolescencia socialista.
Ahora, con los 40 al caer, quien no los haya cumplido ya, donde más de la mitad de nuestra existencia la hemos vivido en democracia, ciertos comportamientos religiosos nos resultan contra tiempo. Porque una cosa es la ley, donde no dejamos de ser un país aconfesional pero íntimamente ligado al catolicismo y donde algunos, que parece no enterarse de la película, claman por la expulsión de los signos religiosos de las aulas y otra la realidad. Cuando una estudiaba, hace años, ya no existían esa simbología y hoy en día menos aún. Ahora si lo importante es borrarlo de los papeles entonces no digo nada.
Desde hace mucho tiempo no cuelgan crucifijos de las paredes de las aulas; personalmente nunca los he visto pero mi colegio, era privado y tirando a rojillo, así que no sé si mi experiencia es válida; en mi colegio jamás, y digo jamás referiendome al tiempo que yo estuve estudiando, tuvimos clase de religión. Y en la actualidad, viendo a mis hijos, da religión el que quiere y el que no dedica esa hora al estudio.
Pero mi experiencia no es la generalidad por lo que oigo. La iglesia introduce sus finos tentáculos por aquel resquicio que no queda bien sellado. Leo que la iglesia exige a sus profesores de religión, que paga el estado, una moral católica que no se exigen ni a ellos mismos. Se permiten el lujo de despedir o contratar bajo sus condiciones. Y ahí falla la democracia.
Otra cosa es como ven los niños la Iglesia Católica. Es el monstruo de siete cabezas que devora incansable los cepillos de las iglesias. Ven nuestros tiernos infantes la retrasmisión de la misa del Gallo desde el Vaticano precedido de ese anuncio de Intermon donde los niños del tercer mundo mueren de enfermedades ajenas a nosotros, de hambre, de sed. La riqueza de quien pregona la humildad y los ojos hundidos y enfermos de los de verdad humildes.
Con esto llega el tiempo de reflexionar. Tiaras cuajadas de piedras preciosas coronan bocas pedigüeñas de dádivas para los pobres. Anillos episcopales de oro de 24 quilates bendicen el agua bendita que salvaría la vida de muchos niños. No por bendita, por ser agua. Los pasillos y habitaciones del centro neurálgico del catolicismo están llenos de obras de arte de valor incalculable que con una sola de ellas, a día de hoy, se remediaría en muy buena parte el desastre de Haití. Esas cosas nuestros hijos las ven desde la ventana a la realidad que es la televisión. Y se revelan, y hacen bien, porque es justo.
Mientras el poder de la iglesia trata por todos los medios, como si no fueran lo bastante ricos, en acaparar más poder, más dinero. Manipulan desde los púlpitos las conciencias para que no olvidemos que están ahí. Y eso es lo que hay que expulsar de la sociedad. Las cruces, los relicarios y las imágenes virginales no hacen daño a nadie, lo que daña son los hechos. Los contrastes. Cuando se permiten el fomentar la homofobia, el racismo y la delincuencia ultra; cuando esconden bajo el hábito papal a pedófilos y violadores; mientras continuan atesorando riquezas hay niños que mueren. Hay otros niños que ven como esos otros mueren.
Son un poder, no vamos a negarlo, el poder obsoleto de personas sin alma.
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