Y es que su vida, corta, estuvo plagada de aventuras, todas ellas, a cual más estrambótica y surrealista. Lumumba nació una tempestuosa noche estival, los rayos y truenos retumbaban en la choza de barro y mierda de vaca mientras el gurú de la tribu entonaba los típicos cantos rituales para tal evento. No es que la noche hubiera tenido nada de especial si Lumumba hubiera nacido en, pongamos por caso, Rumania; pero una noche tan tenebrosa en plena sabana, en el mes de agosto, y rodeado de antílopes y leopardos no era lo que se puede decir de lo más típico y turístico. También debemos de contar que a causa del parto la madre murió lo cual con el paso del tiempo, creo yo, debió de agradecer a sus dioses pues acababa de parir a lo que genuinamente se puede llamar un graciosillo patán.
Tampoco se debe achacar al narrador estar bajo los efectos de una sidra de El Gaitero, aunque sea verdad, cuando narra de forma tan irónica los hechos que acontecieron al gañan en cuestión; es que de verdad la cosa tenía cola. Que Lumumba prometía no ser un aborigen al uso ha quedado poco menos que claro pero tampoco podemos recrearnos en la insustancialidad de este ser; en el fondo no era mala persona aunque el viudo padre renegara de él cuando a penas era un infante y quedara al cuidado del gurú de la tribu. Hasta cierto punto los avatares de su infancia pudiera ser que forjaran cierta parte de su carácter, el gurú tenía cosas más importantes que hacer que ocuparse de un muchachillo y como que se veía que el chico no prometía para las labores propias de un brujo de tribu que se precie el gurú optó por dejar a la buena de dios la educación de Lumumba.
No está de más contar que a muy temprana edad Lumumba provocó más de un altercado como cuando decidió que las vacas de la tribu tenían un pelaje muy aburrido y robó los tintes que las mujeres de las tribus usaban para decorar sus cabellos y embadurnó con ellos a todo bicho viviente que encontró en los corrales. Como quiera que fuese que a los hombres de la tribu les causaba mal fario tener vacas a rayas rojas y negras en sus establos y desconociendo que tal hecho había sido provocado por Lumumba, decidieron sacrificarlas a todas no fuese que a los dioses de la sabana tal decoración les provocara mal estar. Cosas de tribus de la sabana. Y efectivamente a los dioses de la sabana no debió de serles muy agradables los vistosos colores de los pobres animales cuando los buitres que devoraron a los sacrificados animales cayeron muertos después de haber comido tan exótico y decorado manjar. Desde luego si esto hubiera ocurrido en otra parte del mundo cualquier químico les hubiera dicho que los aditivos con que se había ornamentado a las vacas habían provocado una severa intoxicación en los buitres; y que la muerte de estos no se debía a otra cosa que a la leche que se pegaban contra el suelo después de empezar a notar los efectos de los químicos del tinte que acababan de ingerir. Sólo mucho tiempo después Lumumba confesó que él era el causante originario del tal hecho cosa que a alguno de los más ancianos de la tribu provocó más de un infarto.
Y entre este suceso y otros de semejante pelaje Lumumba consiguió llegar a la pubertad.
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