Rosas del Infierno
El chico de repartos de Interflora paró su vespino justo delante de la puerta; temblando esgrimió el gigantesco llamador con forma de gárgola penitente.
-Toc, Toc – retumbó sin miramiento el llamador.
-Ya vaaaaaaaaaa.- se oyó al otro lado de las gigantescas puertas.
Una de las hojas de la ajada madera se deslizó silenciosamente aunque al mozalbete de vespino le pareciera que miles de trompetas clamaran el final del mundo.
- Y tú ¿qué quieres? Hoy no tengo a nadie apuntado.
- No mire usté, que yo sólo traigo un mandao- al tiempo que extendía por la rendija abierta un fastuoso y delicado ramo de rosas amarillas.
- Y esto ¿par quién coños es? Mira que no tengo tiempo de jilipolleces.
- Tiene tarjeta- gritó el mozuelo mientras se alejaba a toda leche dando pedales como loco a su vespino.
Con un suave roce el mayordomo abrió la puerta del despacho, Lucifer estaba atareado con el balance de fin de año que no terminaba de cuadrar, últimamente el carbón se había puesto por las nubes y quizás sería buena idea cambiar el combustible del averno por nuevos sistemas alternativos de combustión a la par que evitaría ese constante moqueó que le producían los humos propios del quemar pecadores. Al fin y al cabo en el cielo estaba dando buen resultado la energía solar.
- ¿Qué quieres?
- Su maléfica malignidad, tiene un ...........un...........
- Un ¿qué?
- Un envio de fuera
- Pues no sé a que esperas para dármelo
- Es que.........
- Trae acá palurdo.
El mayordomo dejó el magnifico y fragante ramo sobre la mesa, justo encima de la calculadora científica que estaba usando Su malignidad. Despacio, muy despacio se alejó sin dar la espalda a su amo, por lo que pudiera pasar, al tiempo que susurraba – Tiene tarjeta-.
Su malignidad rebuscó, no sin cierto cuidado por lo que pudiera pasar ya sabéis, entre las delicadas flores en busca de la dichosa tarjeta.
Encontró un diminuto sobre y lo abrió, mientras leía la misiva su agria cara se torno en con un leve gesto en el reflejo, dentro de lo que cabe hablando de quién hablamos, de las propias rosas. Entonces Su malignidad se revolvió en su trono, de su espalda comenzaron a surgir unas bellas y refulgentes alas blancas y su vestimenta negra y fúnebre se tornó nívea y pura.
La figura de su malignidad ascendió lentamente hacía su primigenio hogar mientras el mayordomo veía la escena con un susto del copón. Cuando su malignidad mutado despareció de los ojos del sirviente este advirtió que la nota aún reposaba sobre la calculadora científica junto al enorme ramo de rosas, la tomó y leyó:
“Quieres dejar de hacer el imbécil y venir a casa que estamos esperándote para cenar”
Fdo. Dios
3 comentarios
Noamanda-ericilla -
Mu bueno, un final inesperado donde los haya
Ferro -
sinfo -