Veteris memoriae recordatio
Hoy me desperté temprano pero cuando miré el reloj era demasiado tarde. Tomé el autobús con destino a la luna y cuando miré por la ventanilla las olas del mar rompían contra la azotea de mi casa. Me miré las piernas y descubrí que eran tentáculos gelatinosos. Encontré un espejo donde reflejarme y la imagen se disolvió en una mancha de aceite. Soy un monstruo y no me gusta madrugar.
Hoy he muerto, me llevan a enterrar cual Señor Don Gato. Los gusanos empiezan a recorrer mis tentáculos gelatinosos, pequeños escarabajos necrófagos escarban entre mis víscera purulentas.
Golpeo el ataúd y fuera ríen a carcajadas. Escapo entre las tablas carcomidas en mi metamorfosis oleaginosa.
Sobre mi brazo derecho están empezando a surgir verdosas y escurridizas escamas; algunas quedaron enganchadas entre las tablas ajadas del ataúd y los perros siguen mi rastro por ellas. Repto por los lodos de la fangosa marisma, las sanguijuelas huyen de mi.
Con mi brazo aún sano trato de asirme a un árbol, uno de mis dedos se ha convertido en gusano, una astilla del sauce se clava en la palma de mi mano y el dedo gusano se tira feroz a lamer la sangre. Un saltamontes me mira; me lo como.
He conseguido alcanzar tierra firme, aunque aún continuo perdiendo escamas, el olor del fango de la ciénaga se superpone sobre el que desprende la caspa verdosa. Según voy avanzando por tierra firme mis tentáculos empiezan a resecarse y agrietarse; empiezan a manar hilillos de sangre allí donde las grietas se hacen más profundas. Tengo que tener mucho cuidado, mi dedo gusano se lanza contra las heridas en cuanto me descuido.
Oigo ruidos cerca de mí, me asomo entre los arbustos que delimitan el camino. Una niña camina pausadamente por la senda. Me viene a la memoria la imagen de Frankestein y el columpio. Trato de gritar, pero de mi boca lo único que sale es una baba ácida, donde gotea comienzan a surgir calvas en la hierba al tiempo que los restos se cuecen en la saliva.
La niña se aleja hacia la granja que está en el horizonte. El saltamontes que cené anoche me está dando ardores de estómago.
Ya casi no puedo avanzar, una babosa me adelantó hace cinco minutos y ahora se vuelve constantemente a sacarme la lengua; le lanzo un escupitajo y comienza a hervir en mi acidulado jugo salivar.
Lejos se oyen de nuevo los ladridos de los mastines, deben de haber reencontrado mi rastro. Quiero huir más deprisa , el corazón se acelera con el esfuerzo; la adrenalina tiñe mi brazo sano con un color cenizoso. Hace un par de horas mi gusano dedo se ha empezado a transformar en capullo, ahora está rígido y la seda pegajosa tiene incrustada trozos de hojas secas.
Paro un momento y trato de tomar aliento, algo me cosquillea en la espalda; me toco con mi mano sana. En las uñas han quedado desgarrones de piel, huele mal. Al mover la cabeza las vértebras han crujido, ahora puedo mover mi apéndice cerebral 360 grados . Sobre mi columna vertebral comienza a crecer una cresta.
El sol está alto y calienta demasiado; las úlceras de mis tentáculos comienzan a segregar un líquido viscoso. Me escondo tras unas rocas y lamo mis heridas. Por donde pasa mi lengua las heridas quedan cauterizas. La sangre envenenada tiene un gusto agrio, la absorbo con vehemencia.
La sangre no ha calmado mi sed pero al menos mi saliva ya no es tan ácida. Mi cuerpo sigue mutando , mi brazo sano que hasta ahora sólo era gris esta cogiendo un tono negruzco. Lo que antaño fuera un fuerte y castaño cabello ahora se cae a mechones, en su lugar empieza a crecer una pelusilla enmarañada , desagradable y probablemente con vida propia.
Hace rato que cayó la noche pero no me atrevo a moverme de mi escondrijo, hay cientos de ruidos nocturnos que no presagian nada bueno. Oigo el ruido de un coche, me asomo con precaución. El vehículo circula despacio, por la ventanilla del conductor un hombre de gesto huraño olisquea el aire, se detiene junto a mi; desciende y comienza a dar patadas a los arbustos. Temo que me pueda descubrir , pero no, se aparta un poco y comienza a orinar detrás de un árbol. Aprovecho y me deslizo bajo el coche, con mi brazo aún humano me agarro a la rueda de repuesto.
El vehículo reanuda la marcha; soy un pasajero indeseado, lo sé, pero no puedo evitarlo. Llegan hasta mis fosas nasales el olor a humano, el hambre arrecia de nuevo, trepo hasta el interior del automóvil, el conductor ni siquiera se ha percatado de mi presencia. Enrosco mis tentáculos en torno a su cuello, pierde el control del coche y nos estrellamos contra un árbol. Tiene una gran brecha en la frente aunque aún continúa vivo. Siento lástima por él pero el hambre es superior a mis remordimientos.
Comienzo succionandole las cuencas oculares, clavo uno de mis tentáculos en sus entrañas y me como sus vísceras palpitantes.
Estoy saciado, abandono el coche y pesadamente me escurro por la cuneta. Encuentro un oquedal entre dos grandes rocas y me duermo. Mi mente divaga en sueños.
Sueño que soy humano de nuevo, compro un diario en el kiosco de Park Aveniu. Lo abro en la sección de sucesos pero las letras se difuminan en mis ojos, un gran dolor me lacera las piernas.
Despierto, dos enormes mastines me arrastran fuera del refugio. Les escupo y el ácido los ciega. Llevan en sus bocas trozos de mis putrefactos tentáculos.
No se cuanto tiempo ha pasado desde que perdí el conocimiento. Al despertar mis ojos se han cegado con una potente luz. He intentado moverme pero lo que dejaron los mastines de mis tentáculos está atado con correajes; al igual que mis brazos. Intento mover la cabeza pero me pesa mucho.
De mi pecho surgen innumerables electrodos que acaban en unos enormes ordenadores. Multitud de gente se mueve a mi alrededor. De mi boca empieza a surgir babas espumosas. Una enfermera diligente me limpia y me coloca una mascarilla con oxigeno. Vuelvo a dormirme.
Mis sentidos me han alertado, siento como me izan ; entreabro los ojos , una película me nubla la visión. Me esfuerzo en ver lo que está pasando, mis ojos giran hasta un ángulo desconocido para mi. Mi cuerpo está siendo elevado por una pequeña grúa, debajo un gran tanque de agua me espera.
Hasta ahora no había notado que mi respiración es dificultosa, no veo las aletas de mi nariz moverse al inspirar y espirar, pero el aire entra por algún lado. Veo mi reflejo en el aluminio pulido de la grúa. Donde antes estaban mis orejas ahora nacen unas rojizas agallas.
Me pica la espalda; adivino en ella una aleta dorsal. Me introducen en la piscina, la sensación al introducirme completamente en el agua es de un aterrador ahogo. El líquido penetra sin dificultad donde antes estuvieran mis pulmones, ahora una cavidad vacía; procuro tranquilizarme y que mi nuevo organismo asuma los cambios.
Me muevo con agilidad dentro del agua, está templada. Diminutas burbujas escapan por las agallas. Nado hasta el exterior pero el aire me produce mucha fatiga, vuelvo a sumergirme.
Hace días que mi cuerpo no realiza ningún nuevo cambio, la mutación parece finalizada. Devoro incansablemente grandes trozos de carne que los empleados me arrojan, han de tener cuidado de no acercarse demasiado a mi. Algunas tardes un reducido grupo de médicos me visitan, golpeo contra las paredes de mi recinto acuoso.
Llevo meses aquí, ayer un empleado se acercó demasiado a la hora de darme de comer; he dejado sus extremidades para la noche, no tengo más hambre. La enfermera que me limpiaba la baba cuando aún respiraba me visita, al contrario que los demás su mirada es muy dulce. Nos pasamos horas mirándonos, se sienta delante de la pared acristalada y a veces lee para mi.
Me llamo Howard Phillips Lovercraft y nunca debí de escribir sobre los Cthulhu.
Hoy he muerto, me llevan a enterrar cual Señor Don Gato. Los gusanos empiezan a recorrer mis tentáculos gelatinosos, pequeños escarabajos necrófagos escarban entre mis víscera purulentas.
Golpeo el ataúd y fuera ríen a carcajadas. Escapo entre las tablas carcomidas en mi metamorfosis oleaginosa.
Sobre mi brazo derecho están empezando a surgir verdosas y escurridizas escamas; algunas quedaron enganchadas entre las tablas ajadas del ataúd y los perros siguen mi rastro por ellas. Repto por los lodos de la fangosa marisma, las sanguijuelas huyen de mi.
Con mi brazo aún sano trato de asirme a un árbol, uno de mis dedos se ha convertido en gusano, una astilla del sauce se clava en la palma de mi mano y el dedo gusano se tira feroz a lamer la sangre. Un saltamontes me mira; me lo como.
He conseguido alcanzar tierra firme, aunque aún continuo perdiendo escamas, el olor del fango de la ciénaga se superpone sobre el que desprende la caspa verdosa. Según voy avanzando por tierra firme mis tentáculos empiezan a resecarse y agrietarse; empiezan a manar hilillos de sangre allí donde las grietas se hacen más profundas. Tengo que tener mucho cuidado, mi dedo gusano se lanza contra las heridas en cuanto me descuido.
Oigo ruidos cerca de mí, me asomo entre los arbustos que delimitan el camino. Una niña camina pausadamente por la senda. Me viene a la memoria la imagen de Frankestein y el columpio. Trato de gritar, pero de mi boca lo único que sale es una baba ácida, donde gotea comienzan a surgir calvas en la hierba al tiempo que los restos se cuecen en la saliva.
La niña se aleja hacia la granja que está en el horizonte. El saltamontes que cené anoche me está dando ardores de estómago.
Ya casi no puedo avanzar, una babosa me adelantó hace cinco minutos y ahora se vuelve constantemente a sacarme la lengua; le lanzo un escupitajo y comienza a hervir en mi acidulado jugo salivar.
Lejos se oyen de nuevo los ladridos de los mastines, deben de haber reencontrado mi rastro. Quiero huir más deprisa , el corazón se acelera con el esfuerzo; la adrenalina tiñe mi brazo sano con un color cenizoso. Hace un par de horas mi gusano dedo se ha empezado a transformar en capullo, ahora está rígido y la seda pegajosa tiene incrustada trozos de hojas secas.
Paro un momento y trato de tomar aliento, algo me cosquillea en la espalda; me toco con mi mano sana. En las uñas han quedado desgarrones de piel, huele mal. Al mover la cabeza las vértebras han crujido, ahora puedo mover mi apéndice cerebral 360 grados . Sobre mi columna vertebral comienza a crecer una cresta.
El sol está alto y calienta demasiado; las úlceras de mis tentáculos comienzan a segregar un líquido viscoso. Me escondo tras unas rocas y lamo mis heridas. Por donde pasa mi lengua las heridas quedan cauterizas. La sangre envenenada tiene un gusto agrio, la absorbo con vehemencia.
La sangre no ha calmado mi sed pero al menos mi saliva ya no es tan ácida. Mi cuerpo sigue mutando , mi brazo sano que hasta ahora sólo era gris esta cogiendo un tono negruzco. Lo que antaño fuera un fuerte y castaño cabello ahora se cae a mechones, en su lugar empieza a crecer una pelusilla enmarañada , desagradable y probablemente con vida propia.
Hace rato que cayó la noche pero no me atrevo a moverme de mi escondrijo, hay cientos de ruidos nocturnos que no presagian nada bueno. Oigo el ruido de un coche, me asomo con precaución. El vehículo circula despacio, por la ventanilla del conductor un hombre de gesto huraño olisquea el aire, se detiene junto a mi; desciende y comienza a dar patadas a los arbustos. Temo que me pueda descubrir , pero no, se aparta un poco y comienza a orinar detrás de un árbol. Aprovecho y me deslizo bajo el coche, con mi brazo aún humano me agarro a la rueda de repuesto.
El vehículo reanuda la marcha; soy un pasajero indeseado, lo sé, pero no puedo evitarlo. Llegan hasta mis fosas nasales el olor a humano, el hambre arrecia de nuevo, trepo hasta el interior del automóvil, el conductor ni siquiera se ha percatado de mi presencia. Enrosco mis tentáculos en torno a su cuello, pierde el control del coche y nos estrellamos contra un árbol. Tiene una gran brecha en la frente aunque aún continúa vivo. Siento lástima por él pero el hambre es superior a mis remordimientos.
Comienzo succionandole las cuencas oculares, clavo uno de mis tentáculos en sus entrañas y me como sus vísceras palpitantes.
Estoy saciado, abandono el coche y pesadamente me escurro por la cuneta. Encuentro un oquedal entre dos grandes rocas y me duermo. Mi mente divaga en sueños.
Sueño que soy humano de nuevo, compro un diario en el kiosco de Park Aveniu. Lo abro en la sección de sucesos pero las letras se difuminan en mis ojos, un gran dolor me lacera las piernas.
Despierto, dos enormes mastines me arrastran fuera del refugio. Les escupo y el ácido los ciega. Llevan en sus bocas trozos de mis putrefactos tentáculos.
No se cuanto tiempo ha pasado desde que perdí el conocimiento. Al despertar mis ojos se han cegado con una potente luz. He intentado moverme pero lo que dejaron los mastines de mis tentáculos está atado con correajes; al igual que mis brazos. Intento mover la cabeza pero me pesa mucho.
De mi pecho surgen innumerables electrodos que acaban en unos enormes ordenadores. Multitud de gente se mueve a mi alrededor. De mi boca empieza a surgir babas espumosas. Una enfermera diligente me limpia y me coloca una mascarilla con oxigeno. Vuelvo a dormirme.
Mis sentidos me han alertado, siento como me izan ; entreabro los ojos , una película me nubla la visión. Me esfuerzo en ver lo que está pasando, mis ojos giran hasta un ángulo desconocido para mi. Mi cuerpo está siendo elevado por una pequeña grúa, debajo un gran tanque de agua me espera.
Hasta ahora no había notado que mi respiración es dificultosa, no veo las aletas de mi nariz moverse al inspirar y espirar, pero el aire entra por algún lado. Veo mi reflejo en el aluminio pulido de la grúa. Donde antes estaban mis orejas ahora nacen unas rojizas agallas.
Me pica la espalda; adivino en ella una aleta dorsal. Me introducen en la piscina, la sensación al introducirme completamente en el agua es de un aterrador ahogo. El líquido penetra sin dificultad donde antes estuvieran mis pulmones, ahora una cavidad vacía; procuro tranquilizarme y que mi nuevo organismo asuma los cambios.
Me muevo con agilidad dentro del agua, está templada. Diminutas burbujas escapan por las agallas. Nado hasta el exterior pero el aire me produce mucha fatiga, vuelvo a sumergirme.
Hace días que mi cuerpo no realiza ningún nuevo cambio, la mutación parece finalizada. Devoro incansablemente grandes trozos de carne que los empleados me arrojan, han de tener cuidado de no acercarse demasiado a mi. Algunas tardes un reducido grupo de médicos me visitan, golpeo contra las paredes de mi recinto acuoso.
Llevo meses aquí, ayer un empleado se acercó demasiado a la hora de darme de comer; he dejado sus extremidades para la noche, no tengo más hambre. La enfermera que me limpiaba la baba cuando aún respiraba me visita, al contrario que los demás su mirada es muy dulce. Nos pasamos horas mirándonos, se sienta delante de la pared acristalada y a veces lee para mi.
Me llamo Howard Phillips Lovercraft y nunca debí de escribir sobre los Cthulhu.
0 comentarios