A diario, más o menos.
Continuó viviendo porque no le quedaba más remedio, entre copa y copa fue asumiendo su derrota ante el mundo y ante él mismo, qué remedio. Y cuando las cosas empezaron a perder la importancia que en un principio sintió como asoladoras, su pena fue aún mayor. Cuando todo en este mundo perdió la importancia necesaria para sobrevivir continuó penando de barra en barra. Murió, pero poco importaba a nadie. Murió como el que pasea despacio, absorbiendo en cada paso la amarga hiel de la desesperación.
Y entre el miedo que se producía a si mismo y la desesperación de infundir tal pavor a sus semejantes mandó al resto del mundo al carajo. Miró el cielo sin desesperación asumiendo como propios todos los pecados de la humanidad. Que importaba un pecado o cien más. Miró el amanecer sumiso y sereno, rogando entre dientes; pero ¿a quién le importaba? Al fin y al cabo estaba muerto.
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